La sororidad, apoyo y silencio mafioso

No me gustan las obligaciones a un colectivo por amenazas mafiosas. Soy libre y quiero seguir siéndolo. Hablo de la sororidad.

La sororidad es un término más de esa fábrica de neolenguaje que es el feminismo y cuyas adeptas tienen la enorme jeta de increpar a los que las llaman feminazis, con bastante acierto definitorio por cierto, con el argumentazo de que esa palabra no existe en el diccionario. No existirá el término, pero existe el concepto. Doy fe de ello.

Sororidad, falocentrismo, heteropatriarcado, micromachismo, machirulo, miembra, cuerpa, y el inolvidable caballera quijota andanta de nuestra inefable ministra… sí parece que son aceptables para este poderoso, pero cada vez más odiado, colectivo.

Sororidad como término (del latín soror, hermana) es la versión femenina de la fraternidad y, como concepto, es la obligación de apoyo a las compañeras de sexo, que no de género, pues entre las feministas las hay de todos los géneros (lesbiana, bisexual, cis, trans, fluido…) que te obliga a secundar sin crítica cualquier mamarrachada que se le ocurra a un ser con entrepierna semejante a la tuya. Y no sólo implica esta obligación, sino la de mantener el silencio sobre determinados funcionamientos y prácticas de las bandas feministas y no criticar jamás las teorías feministas, aun cuando abandones, escaldada de tu experiencia, a semejante colectivo.

Se pregunta una, en su irrefrenable y necia necesidad de coherencia discursiva, cómo algo tan irrelevante para la ideología de género como el sexo biológico puede implicar entre las que comparten esa fruslería un lazo de obligaciones tan exigente. Pero ya sabemos que en incoherencias, la secta del género gana todos los premios por goleada. Y cabe destacar que semejante figura, tan parecida a la omertá de la mafia, choca de forma frontal con la libertad individual y que, para que funcione, se debe superar varios metros la línea del delito por coacción, acoso, amenazas y violencia. Vamos, como hace la Cosa Nostra, cuyos engranajes funcionan divinamente engrasados con todo ello.

Conocí una disidente del feminismo que desde una página web, y con una identidad falsa, publicaba cuantas locuras, abusos, estupideces y maldades hacían y decían sus excorreligionarias. Tenía miedo a ser detectada por aquello de la sororidad y las consecuencias que su incumplimiento podría traerle. Mucho miedo.

También fue por incumplimiento de la sororidad por lo que denunciaron repetidamente una página de mujeres disidentes del feminismo que abrimos en Facebook en el momento en que empezaron a arreciar las críticas fundamentadas y lógicas a sus mentiras. Mi falta de compromiso con la  sororidad impuesta me convierte en una disidente, no sólo del feminismo, sino de ese grupo variopinto y nada recomendable de mujeres con vagina (hasta ahora las únicas existentes) con las que comparto órganos reproductivos y una presunta opresión ancestral que no siento y que las faculta para todo tipo de tropelías.

Pues sí, de repente una descubre que nuestra libertad, esa libertad femenina por la que dicen luchar estas compañeras de entrepierna, se reduce en ámbitos intelectuales esenciales por culpa de sus coacciones. Eso sí, libertad sexual por obligación. ¿Y qué hacemos las mujeres que estamos más orgullosas de nuestro cerebro que de nuestro órgano sexual y valoramos más la libertad que nos cercenan que la que nos ofrecen?